El Manantial es una magnífica película de King Vidor, de 1.949, probablemente una obra maestra, a pesar de sus excesos ideológicos que rozan en ocasiones el panfleto.
Es una película que habla de cosas que a mi me interesan mucho, y que me han salpicado a menudo: la manipulación de la creatividad, la intervención o la manipulación sobre una idea, un proyecto, o un trabajo. En aquellos trabajos en los que interviene una actividad intelectual es bastante habitual, pero es extensible a todas las tareas en las que es necesario la creatividad individual. La película está protagonizada además por Gary Cooper, un actor que admiro y que parece estar siempre «sólo ante el peligro». En esta ocasión Gary Cooper está solo frente a las grandes corporaciones y medios de comunicación que manejan a su antojo los gustos colectivos sobre el arte o la estética. Por lo tanto, ésta es también una película que habla de la condición humana, del precio de la integridad y de las dificultades de mantener los propios principios.
Me gusta esta película porque habla de arquitectura, de proyectos, y de una ciudad como Nueva York a finales de los años cuarenta, que siempre aparece como telón de fondo:



La escena en la que Howard Roark presenta la maqueta de su proyecto al Consejo de Administración es genial, y en ella se contiene una declaración de principios al respeto por el trabajo creativo:

Merece la pena ver esta escena entera en versión original:

En «El Manantial» hay dos historias de amor: el amor por la arquitectura y un tórrido romance entre Howard (Gari Cooper) y Dominique (Patricia Neal) que en varias de las escenas alcanza componentes fálicos demasiado evidentes:



Howard Roark deja la cantera al recibir el encargo para el proyecto del Edifico Enright; por fin consigue el reconocimiento a su arquitectura:
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El edificio Enrich. La arquitectura moderna por fuera y por dentro. En sus estancias se produce el rencuentro entre Dominique y Howard. Sin embargo, Dominique piensa que Howard será aplastado precisamente por sus logros, «le odiarán por su integridad».
Mientras tanto, persiste la campaña en prensa contra el edificio Enrght y la arquitectura moderna. Se produce una «casual» encuentro con el periodista que se ha encargado de denostar la arquitectura de Howard Roark:
– Usted está en paro mientras los demás trabajan, esta ciudad está cerrrada para Vd. ¿quiere saber el motivo?
– No.
– Lucho contra Vd. y lo que representa. Sr. Roark ¿por qué no me dice lo que piensa de mí?
– Yo no pienso en Usted.



A partir de aquí la película se mete por caminos que pretenden oponer lo individual a lo colectivo, cargando el guión, como la novela original, de ideología ultraliberal frente al colectivismo comunista. Hay que tener en cuenta que la guionista y autora de la novela Ayn Rand es una represaliada rusa que emigra a EE.UU. tras la revolución bolchevoque. El absurdo llega hasta el punto de justificar la voladura de los edificios sobre la base de que pertenecen a su creador, razón por la que debe ser absuelto y glorificado:

Gary Cooper, cerca del cielo. Su contumacia le mantiene en la cúspide… hacia la que se eleva Dominique en los planos finales que representan el poder fálico, el gran rascacielos sobre el que se erige el varón.


Fin de la narración de una película que es muy útil verla aunque no nos convenzan su particular punto de vista sobre las relaciones humanas, que resultan excesivamente simplificadas. El Manantial sigue siendo hoy una magnífica película sobre la manipulación de la creatividad.
Juantxu Bazán, 8 de diciembre de 2014